viernes, septiembre 28, 2012


Infancias robadas


Kaloian Santos Cabrera
Las líneas del subte, como llaman popularmente al metro en Argentina, son como las venas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Diariamente por esos conductos (hay cinco ramales) se transportan más de un millón de pasajeros.
Entre el lunes y el viernes, en las horas pico, que van entre las 8:00 y las 10:00 de la mañana y por la tarde entre las 5:00 y las 7:00, el subte es un caos de gente (realmente la ciudad completa).
Tanta es la aglomeración, los empujones por entrar para no llegar tarde al destino, que me hacen recordar a los célebres camellos habaneros, en los noventa.
Pero más doloroso aun resultan otros horarios del día donde, aunque el viaje es cómodo, rápido, con pocos pasajeros y casi siempre tienes la oportunidad de clasificar para un asiento, deambulan niñas y niños vendiendo estampillas, haciendo malabares o cualquier cosa con tal de recolectar alguna moneda para llevarse a sus casas.
De seguro la infancia de los padres de esos pequeños fue igual. Y que por el aterrador panorama en que vivimos en un futuro puede repetirse la misma historia con los descendientes de estos niños.
Siempre que choco con este panorama pasan como flash mi infancia o las cientos de miles de fotos que he tomado a niñas y niños de una punta a la otra de Cuba donde, por ejemplo, un domingo, a la misma hora en que tomé algunas de estas instantáneas porteñas y con muchos menos juguetes que los que esta sociedad de consumo publicita para los que nacen coronados en una familia con plata, están “mataperreando” felices por el barrio o en un parque.
En Cuba nos faltan muchas cosas y hay otras tantas por revolucionar. Urgen nuevos caminos por construir por todos. Pero sigue siendo grande y defendible -a toda costa- un sistema social como el nuestro. Entre otros muchos motivos porque no les roba la infancia a sus hijos como a estos inocentes que, en el bando de los pobres, de los ninguneados, antes de nacer (sea el país que sea) ya los ha sentenciado el capitalismo.
“¿No será acaso que esta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?”, pregunta Mafalda, la más irreverente de las niñas.

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