lunes, octubre 01, 2012

Son padres, no los dueños de sus hijos

El derecho a corregir a los menores tiene que ejecutarse sin maltrato físico ni psicológico.  Los límites no siempre están claros. El castigo en muchas ocasiones llega tarde y mal PABLO LINDE
· Los límites al castigo que imponen los padres a sus hijos no siempre están claros. / SUSANNA SAEZ
 “Son mis hijos, soy su dueño”, justificaba Homer Simpson a su esposa tras un castigo arbitrario. La parodia de esta serie animada de televisión se acerca a la relación paterno filial de unas generaciones atrás. Pero la balanza se ha ido equilibrando, incluso cambiando de lado. En España, desde 2008, una modificación del Código Civil eliminó un artículo que enunciaba: “Los padres podrán corregir razonable y moderadamente a sus hijos”. El castigo físico al menor es punible, como también puede serlo causarle “daños psicológicos”. Dónde está el límite debe venir marcado por “el sentido común”, según muchos expertos. Pero a la luz de los hechos y de algunas sentencias, no siempre está claro.
El debate aflora tras el arresto de unos padres ubetenses tras castigar a su hija sin salir un fin de semana. Podría parecer una interpretación excesivamente rigurosa de la norma si no fuera porque la menor denunció que fue encerrada y golpeada, algo que, de ser así, sobrepasa el castigo para llegar al maltrato.
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El caso resulta confuso. Según elDefensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, la menor se encontraba recluida en un chalé en construcción a donde su padre le llevaba comida “dos días a la semana”. La adolescente, que supuestamente presentaba un hematoma en el ojo, habría intentado huir y denunció los hechos ante la Guardia Civil. “No te dejan educar a tu hija”, manifestó la madre de la chica a la prensa local. La consejera andaluza de Igualdad y Bienestar Social, Micaela Navarro, defendió el criterio de que “se aparta a la menor de inmediato del entorno familiar por si existe algún riesgo”.
 El asunto tiene la antedicha vertiente jurídica y otra pedagógica. Ambas se entrelazan. En la segunda, los especialistas coinciden en que el castigo puede ser necesario en un momento dado, pero con frecuencia llega tarde y no sirve de nada si no se ha hecho un trabajo constante a lo largo de toda la infancia del menor. Los tutores tienen que saber administrar su autoridad intentando que los hijos entiendan y compartan las conductas que les proponen, con flexibilidad o dureza según las circunstancias, pero siempre con coherencia.
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No hay un modelo único. Lo que funciona con un hijo puede no ser útil con otro, según Helena Trujillo, psicóloga de la Clínica Grupo Cero. “Los hijos no son una propiedad privada. Muchos padres piden autonomía para limitar sus comportamientos, pero es una labor que no solo tiene que aparecer cuando empiezan a manifestar los primeros signos de desobediencia. Para que no se nos vaya de las manos hay que fomentar la comunicación desde pequeños, conocer a los hijos, a sus amigos, implicarnos en el día a día en sus intereses. Pero no espiando, sino generando un clima de confianza. De esta forma, cuando llega a la adolescencia, una edad en la que anda más perdido, podrá consultar sin miedo a sus padres”, explica.
 Todo este escenario tiene que estar enmarcado en unos límites que deben fijar los tutores. El problema, según Pepe Rodríguez, doctor en psicología y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, es que muchas veces no se han establecido: “Entonces los hijos se han convertido en unos sátrapas que acaban haciendo lo que les sale de las narices. La convivencia hay que enseñarla en casa para que los niños sepan que no pueden hacer lo que se les antoje. Porque en el colegio no se les va a enseñar; no hay autoridad de los maestros. Si uno le pega una bronca al menor, le contesta: ‘Mañana vendrá mi madre y te vas a enterar’. Y lo peor es que la amenaza se cumple”. Opina que hay cosas que no se pueden solucionar conversando con un adolescente y que, en ciertas circunstancias, la mejor medida para los padres es la privación de privilegios. La ley obliga a cubrir necesidades básicas, pero no más, así que el móvil, los videojuegos, excursiones o salidas pueden ser restringidos si no hay un comportamiento adecuado.
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El castigo es necesario cuando la situación lo requiere. Su función más importante debe ser la educativa, explica María José Díaz-Aguado, catedrática en Psicología de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid. “Hay que aplicarlo para ayudar al hijo a cambiar una conducta inadecuada”, añade. Sin embargo, también advierte de que implica ciertos riesgos: “Supone aplicar una medida que genera rechazo, y este puede quedar asociado a la persona que lo aplica. Si es muy intenso puede originarlo hacia el adulto”. Además, en algunos castigos, los menores son obligados a cambiar de conducta sin entender qué han hecho mal. Esto es contraproducente. Pone un ejemplo: “Si lo encierras en la habitación porque saca malas notas, la indignación producida por el castigo puede impedir la concentración necesaria para estudiar. Es mejor sentarte a analizar con tu hijo por qué ha suspendido, cómo se ha organizado y tomar una medida correctora consensuada. Esto es más eficaz para que los adolescentes aprendan a tomar las riendas de su vida y entiendan que su conducta tiene consecuencias. También suele serlo premiar conductas positivas alternativas a la que deben evitar”.
 En 2010, Díaz-Aguado encabezó el estudio del Observatorio Estatal de la Convivencia Escolar. Se les preguntó a 11.000 padres de estudiantes de la ESO sobre múltiples factores alrededor de la educación de sus hijos. Muestra que las familias son partidarias de salidas dialogadas a los conflictos. La primera solución que proponen (el 71,9%) es “analizar en cada caso por qué se ha producido y ayudar al estudiante a resolverlo de otra forma”. Le sigue “ayudar al menor castigado a anticipar las consecuencias de su conducta inadecuada y el daño que produce” (40,2%). Solo un 6,6% escogió “aplicar el castigo lo más próximo posible a la conducta castigada” y un 10,4% “aplicar las normas con más rigor y dureza”. La catedrática subraya que ha habido un gran cambio en sociedad: “Ha avanzado el rechazo al autoritarismo. Las medidas consideradas mejores por los padres son las más coherentes con los valores de la democracia: comunicación, racionalidad, respeto a dignidad de la persona, tratar de convencer, respeto a los límites. Pero, en la práctica, hay contradicciones. La mayoría de las familias sigue justificando pegar al menor como una medida educativa. Nadie puede enseñar a no pegar pegando”.


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