Son padres, no los dueños de sus hijos
El derecho a corregir a los menores tiene que ejecutarse sin
maltrato físico ni psicológico. Los límites no siempre están claros. El castigo en muchas
ocasiones llega tarde y mal PABLO LINDE
· Los límites al castigo que imponen los padres a sus hijos no
siempre están claros. / SUSANNA SAEZ
“Son mis hijos, soy su dueño”, justificaba Homer Simpson a
su esposa tras un castigo arbitrario. La parodia de esta serie animada de
televisión se acerca a la relación paterno filial de unas generaciones atrás.
Pero la balanza se ha ido equilibrando, incluso cambiando de lado. En España,
desde 2008, una modificación del Código Civil eliminó un artículo que
enunciaba: “Los padres podrán corregir razonable y moderadamente a sus hijos”.
El castigo físico al menor es punible, como también puede serlo causarle “daños
psicológicos”. Dónde está el límite debe venir marcado por “el sentido común”,
según muchos expertos. Pero a la luz de los hechos y de algunas sentencias, no
siempre está claro.
El debate aflora tras el arresto de unos padres ubetenses
tras castigar a su hija sin salir un fin de semana. Podría parecer una
interpretación excesivamente rigurosa de la norma si no fuera porque la menor
denunció que fue encerrada y golpeada, algo que, de ser así, sobrepasa el
castigo para llegar al maltrato.
El caso resulta confuso. Según elDefensor del Pueblo
Andaluz, José Chamizo, la menor se encontraba recluida en un chalé en
construcción a donde su padre le llevaba comida “dos días a la semana”. La
adolescente, que supuestamente presentaba un hematoma en el ojo, habría
intentado huir y denunció los hechos ante la Guardia Civil. “No te dejan educar
a tu hija”, manifestó la madre de la chica a la prensa local. La consejera
andaluza de Igualdad y Bienestar Social, Micaela Navarro, defendió el criterio
de que “se aparta a la menor de inmediato del entorno familiar por si existe
algún riesgo”.
No hay un modelo único. Lo que funciona con un hijo puede no
ser útil con otro, según Helena Trujillo, psicóloga de la Clínica Grupo Cero.
“Los hijos no son una propiedad privada. Muchos padres piden autonomía para
limitar sus comportamientos, pero es una labor que no solo tiene que aparecer
cuando empiezan a manifestar los primeros signos de desobediencia. Para que no
se nos vaya de las manos hay que fomentar la comunicación desde pequeños,
conocer a los hijos, a sus amigos, implicarnos en el día a día en sus
intereses. Pero no espiando, sino generando un clima de confianza. De esta
forma, cuando llega a la adolescencia, una edad en la que anda más perdido,
podrá consultar sin miedo a sus padres”, explica.
El castigo es necesario cuando la situación lo requiere. Su
función más importante debe ser la educativa, explica María José Díaz-Aguado,
catedrática en Psicología de la Educación de la Universidad Complutense de
Madrid. “Hay que aplicarlo para ayudar al hijo a cambiar una conducta
inadecuada”, añade. Sin embargo, también advierte de que implica ciertos
riesgos: “Supone aplicar una medida que genera rechazo, y este puede quedar
asociado a la persona que lo aplica. Si es muy intenso puede originarlo hacia
el adulto”. Además, en algunos castigos, los menores son obligados a cambiar de
conducta sin entender qué han hecho mal. Esto es contraproducente. Pone un
ejemplo: “Si lo encierras en la habitación porque saca malas notas, la
indignación producida por el castigo puede impedir la concentración necesaria
para estudiar. Es mejor sentarte a analizar con tu hijo por qué ha suspendido,
cómo se ha organizado y tomar una medida correctora consensuada. Esto es más
eficaz para que los adolescentes aprendan a tomar las riendas de su vida y
entiendan que su conducta tiene consecuencias. También suele serlo premiar
conductas positivas alternativas a la que deben evitar”.
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